Lo
primero que vi al abrir los ojos fueron las estrellas y el humo. Me
sentía confusa, sin entender dónde estaba, ni lo que pasaba, y
durante unos minutos solo pude permanecer así.
Escuché
ruidos a mi derecha, como si alguien estuviera removiendo piedras.
Intenté girar la cabeza, pero al principio parecía pesarme
demasiado, y para cuando conseguí hacerlo, el ruido había cesado.
Poco
a poco, fui consciente de lo que me rodeaba. Había gente a lo lejos,
moviendo cuerpos hasta hacer una pila, a mi derecha alguien corrió
con prisa, cerca de donde me encontraba un draenei se inclinaba para
tomar el pulso a un joven con armadura de soldado, negando con la
cabeza al no hallar lo que buscaba...draenei...todo me vino a la
cabeza de golpe. Silas, el paladín, los infernales, la abominación
del final...la explosión oscura.
Miré
a mi alrededor con más lucidez que antes. Tenía algunos escombros
por encima, que parecían haberme caído del propio muro donde
chocara. Estaba en una posición extraña, medio sentada con el
costado contra una roca de tamaño medio, parte de la espalda y la
cabeza pegadas a la pared y sobre el tobillo derecho, cuyo dolor
podía sentir bastante, reposaba un trozo de...pierna.
Tragué
con fuerza.
Intenté
incorporarme, dejando que las pequeñas piedras que estaban sobre mi
cayeran al suelo. Apoyé el pie izquierdo y me impulsé...sufriendo
uno de los peores mareos que he sufrido en toda mi vida. Me dejé
caer de nuevo, pero seguía demasiado pegada a la pared y la parte
posterior de mi cabeza friccionó con el muro, como si de una lija se
tratara, haciendo que lanzara un chillido de puro dolor. Bajé la
cabeza hacia delante, apretando los dientes y respirando con fuerza.
Dioses, me dolía más que nada, el tobillo ya no existía en
comparación con eso.
Respiré
hondo, no podía quedarme ahí. Debía volver al granero, prepararme
para la siguiente batalla, recuperar fuerzas. Tenía que salir de
ahí.
Me
giré como pude hacia el muro, mientras mi respiración no parecía
querer calmarse. Sentía la sangre descender por mi cuello, pero no
podía pensar en eso. Tenía que hacer como antes, olvidar el dolor,
que era pasajero e insignificante, y centrarme en mi objetivo.
Apoyándome
siempre en la pierna izquierda, con las manos en la fría piedra
manchada con mi sangre, logré incorporarme del todo. Despacio, muy
despacio, pues con cada movimiento que hacía mi cuerpo parecía
aullar de dolor. Había otra cosa más que no había notado antes. Al
respirar, me dolía demasiado el costado derecho. Posiblemente
tendría alguna costilla rota por al caída, tal vez incluso una
hemorragia interna…
No,
ese no era el momento para pensar en eso. Primero el granero, y luego
lo demás, paso a paso. Busqué por el suelo algo que pudiera
ayudarme a avanzar. Había una madera algo fina, no muy lejos, pero
estaba en plena bajada y tal vez no pudiera agacharme sin que el daño
fuera peor. Una lanza, había una lanza clavada en...algo. Fui hasta
allí. Otro chillido escapó de mis labios con el primer paso.
Si,
me había hecho demasiado débil en estos meses, no tenía razón
cuando…
Paré
de pronto. No, no podía seguir esa línea de pensamientos,
porque...no, no podía hacerlo. La lanza, tenía que centrarme en la
lanza e ignorar la humedad que comenzaba a sentir en mis ojos. La
lanza, solo importaba la lanza.
Cada
paso era agónico, pero el dolor traía lucidez, aclaraba mi mente
porque centraba todo en eso.
Conseguí
alcanzarla, y tras varios intentos, pude sacarla del amasijo de carne
en que estaba clavada. Apreté los dientes con fuerza, reprimiendo
cualquier grito por el dolor del movimiento. Le di la vuelta con
lentitud, hasta dejar la punta en lo alto y la usé como apoyo
precario. La bajada fue lo peor; algo en el costado parecía estar
desgarrando mi carne por dentro con cada pequeño paso desnivelado
que conseguía dar.
La
gente se seguía moviendo por el lugar. No eran muchos, pero tras el
caos de la batalla, la calma de ese momento parecía ser total.
Algunos seguían apilando cuerpos, otros cargaban armas...y una
humana, que creí reconocer, se encontraba abrazada a un cuerpo,
sollozando de forma incontrolable.
Si,
ella era la maga del principio. Dejé de mirarla, intentando llegar
al fin a la salida de todo aquello. Por un momento me pregunté a
quién pertenecería el cuerpo sobre el que lloraba ¿Sería un
hermano?¿Un padre?¿Un amigo?¿O…?.
La
odiosa humedad volvía a aparecer, nublándome la vista, algo que no
podía permitirme.
El
granero, el granero era el nuevo objetivo y solo debía centrarme en
eso. Tenía que llegar, hacer planes, averiguar cómo podía curarme,
porque…
Traspasé
lo que quedaba de la muralla, y con un quejido no pude evitar pararme
en seco. Cadáveres, cuerpos inertes por todas partes cubrían la
lejanía, junto a escombros de materiales desconocidos, restos de
demonios y...muerte, la muerte era lo que se respiraba en ese lugar.
Como en el interior, habían algunos encargándose de los cuerpos y
buscando supervivientes.
Respiré
hondo, volviendo a sentir un pinchazo en mi costado e intenté
orientarme. Cuando creí saber dónde se encontraba el granero
abandonado, fui hacia allí.
El
viaje fue largo, doloroso...pero lo peor era no pensar en aquello que
me había prohibido. Intenté concentrarme en los libros de medicina
que había leído hacía tanto, para hallar el mejor modo de curarme.
Me centré en eso como si la vida me fuera en ello, y tal vez, así
sería.
Cuando
llegué a la entrada del viejo edificio, apenas podía controlar la
respiración, y el solo hecho de tenerme en pie requería de todo mi
esfuerzo. A mitad del camino había tenido que disminuir aún más el
ritmo debido a los mareos, y en ese momento luces y sombras parecían
pasarme por delante. Sentía la parte trasera de la armadura
empapada, el tobillo apenas lo notaba ya, y respirar era cada vez más
difícil.
Trastabillé
al pasar la primera pared, cayendo de golpe contra el suelo. El
alarido que escapó de mi garganta no habría podido impedirlo de
modo alguno.
Abrí
la boca, buscando un oxígeno que no llegaba. La oscuridad volvía a
envolverme, pero no tenía nada de apacible, todo era dolor.
Escuché
un crujido en la entrada, justo cuando terminaba de gritar...giré la
cabeza de forma instantánea, y entonces...de nuevo, mi mundo se
apagó.
Había
alguien a mi lado...el dolor volvía con fuerza, creía que gritaba,
pero no podía estar segura.
Alivio,
el alivio llegó en algún momento en medio del horror. Sudaba,
temblaba...lo sentía, pero apenas podía abrir los ojos unos
segundos, y cuando lo hacía todo parecía dar vueltas.
Una
figura esquiva se encontraba en la periferia, pero nunca llegaba a
verla del todo.
Dolor,
un chasquido, luz, oscuridad...de nuevo esa
figura...alivio...inconsciencia…
Abrí
los ojos despacio. Ya no habían estrellas en lo alto, solo vieja
madera. Parpadeé, esperando que la imagen cambiara, pero allí
seguían las polvorientas tablas.
Junto
a mi escuché un extraño sonido, a mi izquierda, y por un momento
pensé en mi Abuela. Era el mismo sonido que se escuchaba a veces,
mientras yo dormía y ella hacía sus remedios. Era el sonido de la
fricción del mortero, removiendo unas hierbas ya machacadas.
Cerré
los ojos, creyéndome en Ocaso, en mi casa, como siempre. En breve me
despertarían y tendría que ir a la torre, pero...algo no parecía
encajar. El sentimiento no era el mismo; el miedo y resignación
usuales parecían verse atenuados por algo mayor, algo que pugnaba
por salir.
Urgencia.
Alguien me necesitaba, o yo necesitaba a alguien, pero eso era
absurdo, no tenía sentido. Yo estaba sola, y nada de lo que tenía
era tan importante. Entonces ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué
sentía como si tuviera que estar en otro lugar, como si hubiera algo
que se me escapara? Necesitaba hallar una explicación a…
Acoremi,
¿Y si no le buscas una explicación y simplemente...confiamos en que
el mundo será más fácil el uno al lado del otro...?
Abrí
los ojos de golpe, con mi pecho subiendo y bajando a velocidad
creciente.
-
No…-el recuerdo de esa
noche en el balcón, de su risa, de su expresión interrogante, su
mano llevando la copa de vino hasta sus labios, las orejas
enrojeciéndose, algo que siempre me gustaba...y que jamás
vería…”nunca” jamás había tenido tanto significado- No…
Las
lágrimas corrían por mi rostro, haciéndome cosquillas en su paso
hacia el suelo, cayendo en el pelo enredado bajo mi cabeza...una mano
se posó sobre mi brazo izquierdo, mientras una calmada voz hablaba.
-
Shhh, aún estás muy débil.
Giré
mi rostro hacia la figura que reposaba a mi lado, mirándome con
brillantes ojos. La luz de una vela, situada demasiado cerca, me
impedía verla bien.
-
¿Dónde estamos?¿Qué ha pasado?
-
Estás a salvo, por el momento. Llevas dos días inconsciente
-
¿Dos…?
Intenté
incorporarme, pero el mareo hizo presa de mi. Antes de golpearme
contra el suelo, la elfa ya me estaba sujetando la cabeza, dejándola
reposar con cuidado en algo mullido que no podía ver.
-
¿Quién eres? -parpadeando mientras intentaba enfocarla
-
Pensaba usar este granero como escondite, al igual que tu. Cuando te
vi entrar me apresuré, pero no pude llegar a tiempo de evitar que te
cayeras. Te he curado, pero aún estás débil.
Miré
hacia abajo. Estaba en ropa interior, una venda rodeaba todo mi pie
derecho, otras mi torso, y mientras iba siendo más consciente de mi
propio cuerpo, podía sentir algo mullido tras mi cabeza. Tenía
algunos moratones ya amarillos, en diversas partes del cuerpo...pero
no me dolía al respirar. Volví a mirarla.
-
¿Me has curado tu?
La
elfa asintió, volviendo a retomar su labor con el mortero,
removiendo mientras hablaba.
-
Soy druida, aunque no vine con el propósito de curar, tampoco podía
dejarte morir.
Mientras
más la miraba, más extraña me parecía su expresión.
Era...carente, si, eso era. En cierto modo me recordaba a Milbus,
solo que de distinta forma.
-
Gracias, supongo…
Ante
eso, llevó sus ojos hasta mi, sin aminorar el ritmo del mortero.
-
¿Has perdido a tu familia? -dijo directamente
Desvié
la vista hacia la pared de mi derecha, odiando cada segundo el llanto
que parecía querer salir.
-¿Acaso
importa? -dije con voz apenas audible.
La
elfa se quedó mirándome un buen rato, mientras removía, hasta que
finalmente volvió a hablar.
-
No, ahora solo importa terminar con ellos
Volví
a mirarla, pues esos eran exactamente mis pensamientos...o los que
debería tener en todo momento. No podía pensar de nuevo en...todo
lo que había perdido. En quienes estaban lejos, a salvo, pero lejos
de mi...en quienes jamás volverían…
No,
yo había tomado una decisión. No podía soportar seguir adelante
tras...no podía, así de simple. A quienes dejaba atrás los había
dejado seguros, juntos y podrían tener una vida sin la amargura que
yo les daría. Por que no me creía capaz de volver a sonreír, ni si
quiera me creía capaz de sentarme nuevamente en una mesa.
Dioses,
todo parecía estar prohibido...no podía pensar en vino, los
cementerios que antes tanta paz me daban ahora hacían que mi pecho
doliera con recuerdos de preguntas incesantes y piedras lanzadas. No
podía pensar en la música...ni si quiera era capaz de pensar en
comida.
¿En
qué momento se había colado en cada parte de mi vida?
Cerré
los ojos al sentir el aumento de la presión, el dolor...la frialdad
de las lágrimas derramadas.
-
Puedo escuchar, pero mi
historia es solo mía
Salí
de mi agujero de fatalidad y miré nuevamente hacia ella. Me limpié
las lágrimas con el dorso de la mano derecha, fijándome en la venda
que la cubría, mientras sentía un enorme desprecio hacia mi
persona. Era débil...demasiado débil.
-
No tengo nada que contar -para humillación mía, la voz me salió
rasposa.
-
Bien…
Y
con eso, toda conversación terminó.
Cerré
los ojos, centrando mi mente en terrenos menos peligrosos. Dediqué
todo mi tiempo a pensar en los demonios, en lo que había leído
sobre ellos en el pasado. Había descubierto que no servía de nada
usar el bastón como arma directa, contra tamaña amenaza debía usar
mi magia, a distancia y en grupo, si era posible. Me era mucho más
fácil atacarlos si había más gente manteniéndolos entretenidos,
cerca de ellos.
No
se en qué momento terminé por dormirme, pero tras muchos años sin
soñar, mi subconsciente me premió con algo…
Estaba
bajando de Shei, en las casas. Miré hacia la de Jonah, en cuya
puerta había una gran mancha de sangre. Suspiré con cansancio, como
si estuviera ya acostumbrada.
-
Uno menos -dije, antes de dirigirme con paso animado hasta la puerta
de la casa de Yara y Mabel.
Toqué
como siempre, de forma tranquila pero algo fuerte por mis guantes,
que amortiguaban los golpes.
Mabel
abrió la puerta, con si habitual sonrisa acompañada de un
“¡Acoremi!” a modo de feliz saludo.
Sonreí,
dando un paso hacia el interior y sujetándola por el cuello.
Mientras a sus ojos acudían la incertidumbre y el miedo, me limité
a sentir como el calor manaba de las palmas de mis manos, traspasando
carne, tendón y hueso.
La
cabeza de Mabel cayó hacia atrás, mientras su cuerpo permanecía en
pie unos segundos antes de caer desmadejado al piso.
El
grito de Yara me indicó donde estaba. Sobre la cama, dejando de
mirar con horror a quien había sido la persona más importante en su
vida, para clavar la vista en mi. Intentó moverse como pudo hasta la
esquina de la cama, agarrándose al cabecero, pero su abultado
vientre no le permitía demasiada agilidad.
Me
acerqué a ella, sonriendo tras agacharme para sacar el cuchillo de
mi bota.
-
Una menos -dije, sin perder la sonrisa.
Yara
volvió a gritar, tratando de cubrir su vientre con las manos,
mientras yo levantaba el puñal y apuntaba a aquello que intentaba
proteger, con la cara manchada de sangre y la eterna sonrisa en ella.
Descendí
el cuchillo con velocidad, y…
Me desperté
gritando e incorporándome. Ignoré el dolor que me produjo la
brusquedad del movimiento, con los ojos abiertos de par en par y
mirando la pared de enfrente entre temblores.
-Debió ser
muy importante, para dejarte así
La vacía voz
de la elfa me llegó desde la entrada del granero. Estaba cruzada de
brazos, mirando hacia fuera.
Desvié la
vista, pasándome la mano derecha por mi sudorosa frente; la notaba
bastante fría, y ya no tenía la venda de la mano.
Comprobé
nuevamente el estado de mi cuerpo. Realmente ya no me quedaba ninguna
venda, ni siquiera la de las costillas, pues bajo la camisa interior
que llevara, se veía la piel manchada por el golpe, pero
prácticamente curada.
-¿Cuánto he
dormido? -la tenue luz que entraba no me tranquilizaba demasiado.
- Otro día
entero. Es por el golpe en la cabeza -se giró, estudiándome con sus
extraños ojos- Fue bastante grave, me sorprendió que no murieras.
Llevé mi mano
hasta mi nuca, subiendo con cuidado. Entre las hebras de cabello no
me pareció distinguir nada, salvo tal vez una leve hinchazón.
Intenté
levantarme despacio, y sujetándome a la pared pude lograrlo al
tercer intento. Mi acompañante no parecía interesada en prestarme
atención, su mirada no dejaba el exterior.
Busqué mi
ropa con la mirada. En otro momento me habría querido asear un poco,
pero ahora eso no era lo importante. Ni si quiera la inconsciencia
era segura, debía vestirme, prepararme y seguir adelante.
Al primer paso
fui atacada por más mareos, algo de lo que empezaba a hartarme.
- Debes comer
algo, y beber. Apenas he conseguido que lo hagas -señaló sin mirar
un barril, sobre el que había algo envuelto- Una hogaza de pan, y en
el suelo tienes agua.
No dije nada,
me limité a arrastrarme hasta allí y tomar el pan enrollado. Solo
la costumbre de toda una vida permitió que no lo devorase como un
animal, en pocos segundos. Sabía que eso solo me haría
desperdiciarlo, así que fui dando pequeños mordiscos e intentando
contenerme cuando aumentaba el ritmo.
Terminé con
el enorme trozo, y luego pasé al agua. No quedó ni una gota en el
odre, y no me preocupaba, lo necesitaba y bebería más si había.
- ¿Tienes más
provisiones?
- Se ofrecen
provisiones para los luchadores, cerca de la Colina del Centinela. La
gente espera otro ataque pronto.
Eso hizo que
mis fuerzas volvieran. Respiré hondo, me enderecé e ignoré las
quejas de mis agarrotados músculos, evadiendo los vestigios de mareo
y yendo con determinación hasta mi ropa.
Me vestí con
cuidado, y una vez estuve lista, miré más a fondo el granero.
Un camastro
improvisado yacía entre dos paredes de madera, donde había perdido
yo tantos días de lucha. Había también una especie de bolsa grande
a un lado, de la elfa, supuse por el estado en que se encontraba.
Algunas hierbas descansaban sobre el viejo heno, y dos cuencos con
extrañas mezclas les hacían compañía.
Centré mi
atención en ella. Era alta, como solían ser los de su especie, y en
su rostro se dibujaba una mueca de cansancio que no podía disimular
completamente bajo esa capa de indiferencia.
- ¿Cómo está
la colina? -pregunté mientras me acercaba con paso más firme hacia
ella.
Me miró de
reojo cuando me apoyé al otro lado de la puerta que daba al
exterior, mirando hacia el lugar donde había librado mi primera
guerra, pero no comentó nada.
- Está, y eso
es mucho decir. Han habido más ataques mientras dormías, y se
rumorea que no es solo aquí.
Eso captó mi
interés…
- Con
aquí...¿Dices Azeroth?¿O te refieres al resto de continente?
-Hay ataques
por todo Azeroth, eso es lo que han dicho algunos. Pero puede que
solo sean rumores.
- No lo creo
-dije, mirando hacia fuera.
- Has estado
durmiendo casi tres días completos.
- Si solo
fuera aquí, habrían enviado más soldados, habría más gente…
La elfa
asintió despacio, mirándome de modo extraño. Supuse que su
insinuación sobre mi ignorancia era un simple modo de ver si era
capaz de decir algo mínimamente coherente,
- ¿Lucharás
cuando ataquen?
Me giré,
mirándola directamente a los ojos. Me recordé por qué luchaba,
porqué el dolor no importaba...me recordé que ya nada importaba en
realidad. Aquí sería más útil que en cualquier otra parte, aunque
muriera hoy, si pudiera llevarme conmigo a más demonios, todo
habría...no, no podía decir que merecería la pena, porque eso
sonaba a algo del pasado. Pero me conformaría, si...me conformaría
con arrastrar conmigo a tantos como pudiera.
- Si, lucharé
en cada momento que se me presente
Mi acompañante
asintió, volviendo a mirarme de esa extraña forma.
- Lucharé
contigo, sin preguntas, sin nada...solo la lucha.
Fue mi turno
para asentir, y por un momento, mientras miraba esos brillantes ojos
que pese al tono transmitían vacío, pude ver mi reflejo en ella.