Solo espero que esto ayude a calmar mis nervios cuando la veo...
Aún escucho los
gritos en mi mente. Mis propios gritos…
Nunca supe por qué
me hizo eso, si para castigarme por algo que ignoro o para
desahogarse por algo que le había ocurrido. Fuera cual fuera la
razón para tal acto, la verdad es que me marcó para siempre.
De algún modo, el recuerdo de la
tierra bajo mi rostro, raspándome la mejilla mientras intentaba
inútilmente evitar el dolor, es uno de los peores que guardo en mi
mente.
El acto en sí no
tuvo un preludio dramático, ni alguna escena que pudiera ponerme
sobre aviso de lo que me iba a ocurrir. Él simplemente llegó, y lo
hizo. Lo recuerdo como si lo estuviera volviendo a vivir ahora mismo…
Entró en la
estancia. Me había dejado allí encerrada durante tres días, según
él para obligarme a aprender a generar comida de maná. Me gustaría
decir que lo logré, pero lo cierto es que pasé mi estancia allí
deshidratada y desfalleciendo del hambre. Cuando vi la puerta
abrirse, pensé que mi supuesto entrenamiento había llegado a su
fin; que tras ver mi inutilidad para generar alimento mágico, se
había apiadado de mi...por que yo sabía que él me estaba
observando, siempre lo hacía.
Sin embargo se
limitó a traspasar el umbral unos escasos metros, me miró desde
arriba, como si yo no fuera más que un insecto y me dijo…
- ¿Tienes hambre?
Sentada en el suelo,
apoyando la cabeza en la sucia pared, asentí, pues las fuerzas no me
alcanzaban para hacer otra cosa, o al menos eso creía yo en ese
momento.
- Te propongo un
trato. Puedes quedarte aquí encerrada hasta que crees alimento o
puedes aprender otra importante lección y salir cuando terminemos.
Podrás volver a casa para comer y beber cuanto quieras, ¿Qué me
dices?.
- Trato – aún con
todo lo que me había hecho, la promesa de regresar a casa y no tener
que verlo hasta la semana siguiente era simplemente demasiado
tentadora como para pensar en otra cosa. Además, realmente sentía
que moriría si no bebía algo de agua...notaba la garganta seca, la
lengua parecía hinchada en mi boca y la debilidad había hecho presa
de mi cuerpo al segundo día.
- Bien, he aquí la
lección. La mayoría de los magos consideran que los brujos están
por debajo de ellos. Pero eso no es lo peor...muchos otros opinan que
deben ser exterminados solo por ser lo que son...¿Tu no crees eso,
verdad que no, Acoremi?
Negué con la
cabeza. Hacía mucho desde que me hablara sobre los brujos por vez
primera. En sus lecciones siempre terminaban entrando a escena de un
modo u otro, aunque yo no ahondaba demasiado en ello; para mi eran
solo otro tipo de magos, unos que se habían dejado llevar en exceso
por su ambición de poder.
- Buena chica. Pero
estos últimos que te digo, si que lo creen, y utilizan todo lo que
tienen en su poder para aniquilarlos e infligirles un dolor
terrible...solo por ser distintos a ellos. Poco importa si han hecho
o no algo que merezca castigo, a ellos solo les importa creerse
mejores, por encima de todos, y ven en los brujos la excusa perfecta
para desatar toda la podredumbre y barbarie que tienen en su
interior.
Paró unos segundos.
Claramente, no quería alterarse, pero su voz había alcanzado un
deje de odio, totalmente distinto a la monotonía habitual, al decir
las últimas palabras.
Sonrió unos
instantes, mirándome, y fue aún peor que su rostro impasible.
- No se puede juzgar
a la gente por algo así, es ilógico. Hay que juzgarlos por sus
actos. ¿Sabes quienes son los que más prejuzgan y torturan a los
brujos solo por ser lo que son? Los paladines. También están los
sacerdotes, claro, pero esos no son tan hipócritas como sus
amiguitos de ostentosa armadura. Los paladines se creen más
superiores que nadie, apegados a su estúpida fe, creyéndose con el
derecho de ir por la vida dando lecciones de moralidad a otros,
cuando ellos mismos son unos creyentes reprimidos que no sabrían ni
dar tres pasos sin su preciada Luz.
La cabeza comenzaba
a darme vueltas, y tenía que hacer un esfuerzo titánico para
concentrarme en lo que me decía. No tenía ningún sentido, ya me
había dado esa charla antes ¿Por qué la repetía?.
- Ella quiere que te
conviertas en una maga, pero no vamos a dejar que seas como esos
petulantes que se creen mejores que los demás ¿cierto? -su sonrisa
ladeada no presagiaba nada bueno, eso lo pude comprender incluso
débil como estaba- Bien, pues para entender lo injusto que es
prejuzgar a otros, debes comprender exactamente el dolor que se
padece cuando se está en semejante posición. Imaginemos por un
momento, que tu eres una bruja -me miró de arriba abajo, sin perder
la sonrisa- Bueno, brujita. Y entra por esta misma puerta
-señalándola sin tan si quiera mirarla- un valeroso paladín. No te
ha visto jamás, pero sabe que eres una bruja, y entiende que por
ello debe matarte.
Ante mis asombrados
ojos, vi traspasar la puerta a una figura que jamás podré olvidar.
Llevaba una increíble armadura dorada, y el tenue brillo de su
persona parecía iluminar toda la tortuosa sala. Aunque sabía que
era cosa de mi maestro, no pude evitar sentirme en paz. Tanta luz
luego de semejante oscuridad me hacía sentir a salvo por vez primera
en mucho tiempo. Pero la sensación duró apenas unos instantes.
-Cuando seas mayor,
puede que incluso conozcas a alguno y termine convenciéndote, son
muy buenos en eso -la brillante figura simplemente continuaba allí,
en silencio y sin moverse, mirándome con unos ojos que al verlos
mejor, parecían carentes de vida- por eso es tan importante que
sepas lo que se siente, Acoremi, para que comprendas mejor las
injusticias de la tan alabada luz y no te dejes embaucar por sus
predicadores. Debes alcanzar una comprensión total, y eso, me temo,
solo se consigue a través de la experiencia…
Su sonrisa se amplió
aún más, y en sus ojos vi el placer anticipado de lo que estaba por
venir…
La brillante figura,
el hombre de castaños cabellos, rostro angelicalmente lampiño y
ojos vacíos, se acercó hasta el rincón en el que me encontraba,
con el paso tranquilo propio de alguien que solo quiere ayudar. Por
unos instantes lo miré confundida, no terminaba de entender todo
aquello, y el hambre y la sed no hacían gran cosa por mejorar la
velocidad a la que trabajaba mi cerebro.
- ¡Que la Luz me de
fuerzas!- gritó la figura, y entonces el mundo estalló.
De sus manos comenzó
a brotar una luz cegadora, y con ella empezó mi tormento. Abrí los
ojos como platos, presa del dolor y la incomprensión. Sentía mis
huesos desasiéndose, mis músculos, agarrotados por la larga
estancia en la habitación, chillaban en protesta por la tortura que
estaban sufriendo. Grité como nunca he gritado, pues el dolor era
atroz. Cuanto más aumentaba la luz, peor era mi suplicio. Caí al
suelo, intentando gatear hasta mi maestro, abriendo y cerrando la
boca en una petición silenciosa para que parase mi tortura. Pero la
luz era demasiado poderosa, y apenas veía nada a mi alrededor. Entre
mis gritos de dolor llegué a escuchar una frase…
- Ahora lo
entenderás, ¡ahora sabrás lo que se siente!
Las fuerzas me
fallaron, pero eso no supuso alivio alguno, pues seguía estando
consciente, y mis propios gritos me causaban un gran dolor en los
oídos. Parecía que me iba a estallar la cabeza. Noté algo rasposo
en mi mejilla y comprendí que era el suelo, como si quisiera huir a
través de él, pero eso no era posible...casi agradecí el tacto de
la tierra, pues me anclaba a la realidad. Ni si quiera eso duró; a
los pocos segundos no era capaz de notar nada, solo veía la luz, más
luz, todo inundado por la luz. Era como si estuviera dentro de mi
cabeza, cegándome. Y el dolor...dioses, el dolor era horrible. Nada
se podría comparar jamás a ese dolor. Era como si me quemara en
vida, solo que la muerte no llegaba para consolarme…
Ignoro cuanto tiempo
estuve así, ya que llegado un momento perdí todo contacto con la
realidad; solo existía el dolor, una luminosa prisión de tormento
de la cual no podía escapar…
Y de pronto, la luz
se fue, la oscuridad regresó, y me escuché gemir en el suelo
mientras los sollozos se atropellaban en mi garganta, creando un
sonido desagradable que espero no tener que volver a oír nunca.
Aunque todo estaba
oscuro, seguía viendo pequeños fogonazos de luz y la ausencia de la
tortura dio paso a un dolor agonizante, como el que se siente luego
de haber sido apaleado. Mi cuerpo protestaba por el daño que había
causado la luz a su paso.
Seguí haciendo ese
ruido horrible, mientras mis lágrimas mojaban la tierra. No tenía
fuerzas para nada. Permanecí ahí, tirada...tampoco se cuánto
tiempo. Solo recuerdo que en algún momento la figura de mi maestro,
quieto junto a la puerta, se hizo visible. Se acercó a mi, e
ignorando los sonidos que emitía, se inclinó sobre mi oído y dijo…
-Ahora, no juzgarás
jamás a otros solo por lo que digan los demás, por que ya sabes lo
que se siente al ser castigado injustamente…
Me gustaría decir
que en ese momento me desmayé, pero mi terco cuerpo parecía
empeñado en mantenerse consciente, y solo pude ver cómo mi maestro
se alejaba, dejando la puerta abierta tras de si. Disfruté de mi
celda durante mucho tiempo más, pues aunque no se cuánto estuve
tirada en ese suelo, llorando y sintiendo mi cuerpo partirse,
recuerdo que levantarme no fue nada fácil. Llegué prácticamente
arrastrándome hasta la puerta, y solo mucho después pude continuar,
apoyándome en las frías paredes y cayendo de tramo en tramo, hasta
alcanzar la tan ansiada salida. El aire era frío cuando pude divisar
al fin la noche, oculta por las densas ramas. Miré aterrorizada los
alrededores, no por temor a que la brillante figura volviera a
aparecer, pues yo sabía que mi maestro no repetía castigo. Mi miedo
era causado por el propio bosque, por los cientos de peligros que en
su oscuridad acechan siempre. Quise ir hacia el camino, mas un
movimiento en las plantas cercanas quebró lo que me quedaba de
cordura, haciendo que me internara aún más en la tenebrosa maleza.
En algún momento apareció ante mi una especie de camino de tierra,
y sosteniéndome como pude lo seguí. Me llevó hasta una entrada
algo extraña, pero al cruzarla todo dejó de importar...un río, con
una cascada no muy bulliciosa se encontraba frente a mi. Corrí, o
mejor dicho, trastabillé hasta él, dejándome caer en su orilla y
metiendo prácticamente la cabeza en el agua. Bebí como un animal,
pero nada podría importarme menos, pues en ese momento solo podía
sentir el agua corriendo por mi seca garganta.
Tomé agua hasta que
me dolió el estómago, y aún si, quise beber más. Sin embargo, mis
músculos parecían haber llegado finalmente a su límite, y solo me
dio tiempo a separar la cara del agua y caer hacia atrás,
dejándome llevar por el dulce olvido de la inconsciencia…
Aún hoy, sigo sin
entender el por qué de esa lección. Yo nunca di muestras de tener
nada contra los brujos como para justificar algo así.
Desde ese día,
volví a ir a ese río. Me hacía sentir segura, a salvo. Mi mente lo
asociaba con la salvación, y mi cuerpo se sentía en paz allí,
aunque a veces tuviera la extraña sensación de estar siendo
observada.
Lo peor de todo, fue
que mi Abuela no se puso de mi parte...me dijo que si lo había
hecho, habría sido por algo, que mi maestro no realizaba acción
alguna a la ligera. En ese momento entendí que ella no me consolaría
nunca…
La duda que siempre
me ha quedado es si ese hombre, la figura iluminada, era real o una
ilusión. Sigo pensando que lo segundo, al igual que el dolor,
teniendo en cuenta mi juventud y mi inexperiencia, me parece lo más
probable...pero con él nunca se puede estar seguro de nada.
Ojalá pudiera
olvidar todo esto, mas con lo sucedido en estos últimos tiempos, el
recuerdo no ha hecho sino luchar por salir, y como escribir me calma,
espero que tras relatar lo acontecido pueda hallar algo de paz.