jueves, 31 de marzo de 2016

Luz Cegadora!

Marzo, 2016

Solo espero que esto ayude a calmar mis nervios cuando la veo...

Aún escucho los gritos en mi mente. Mis propios gritos…
Nunca supe por qué me hizo eso, si para castigarme por algo que ignoro o para desahogarse por algo que le había ocurrido. Fuera cual fuera la razón para tal acto, la verdad es que me marcó para siempre.
De algún modo, el recuerdo de la tierra bajo mi rostro, raspándome la mejilla mientras intentaba inútilmente evitar el dolor, es uno de los peores que guardo en mi mente.
El acto en sí no tuvo un preludio dramático, ni alguna escena que pudiera ponerme sobre aviso de lo que me iba a ocurrir. Él simplemente llegó, y lo hizo. Lo recuerdo como si lo estuviera volviendo a vivir ahora mismo…
Entró en la estancia. Me había dejado allí encerrada durante tres días, según él para obligarme a aprender a generar comida de maná. Me gustaría decir que lo logré, pero lo cierto es que pasé mi estancia allí deshidratada y desfalleciendo del hambre. Cuando vi la puerta abrirse, pensé que mi supuesto entrenamiento había llegado a su fin; que tras ver mi inutilidad para generar alimento mágico, se había apiadado de mi...por que yo sabía que él me estaba observando, siempre lo hacía.
Sin embargo se limitó a traspasar el umbral unos escasos metros, me miró desde arriba, como si yo no fuera más que un insecto y me dijo…
- ¿Tienes hambre?
Sentada en el suelo, apoyando la cabeza en la sucia pared, asentí, pues las fuerzas no me alcanzaban para hacer otra cosa, o al menos eso creía yo en ese momento.
- Te propongo un trato. Puedes quedarte aquí encerrada hasta que crees alimento o puedes aprender otra importante lección y salir cuando terminemos. Podrás volver a casa para comer y beber cuanto quieras, ¿Qué me dices?.
- Trato – aún con todo lo que me había hecho, la promesa de regresar a casa y no tener que verlo hasta la semana siguiente era simplemente demasiado tentadora como para pensar en otra cosa. Además, realmente sentía que moriría si no bebía algo de agua...notaba la garganta seca, la lengua parecía hinchada en mi boca y la debilidad había hecho presa de mi cuerpo al segundo día.
- Bien, he aquí la lección. La mayoría de los magos consideran que los brujos están por debajo de ellos. Pero eso no es lo peor...muchos otros opinan que deben ser exterminados solo por ser lo que son...¿Tu no crees eso, verdad que no, Acoremi?
Negué con la cabeza. Hacía mucho desde que me hablara sobre los brujos por vez primera. En sus lecciones siempre terminaban entrando a escena de un modo u otro, aunque yo no ahondaba demasiado en ello; para mi eran solo otro tipo de magos, unos que se habían dejado llevar en exceso por su ambición de poder.
- Buena chica. Pero estos últimos que te digo, si que lo creen, y utilizan todo lo que tienen en su poder para aniquilarlos e infligirles un dolor terrible...solo por ser distintos a ellos. Poco importa si han hecho o no algo que merezca castigo, a ellos solo les importa creerse mejores, por encima de todos, y ven en los brujos la excusa perfecta para desatar toda la podredumbre y barbarie que tienen en su interior.

Paró unos segundos. Claramente, no quería alterarse, pero su voz había alcanzado un deje de odio, totalmente distinto a la monotonía habitual, al decir las últimas palabras.
Sonrió unos instantes, mirándome, y fue aún peor que su rostro impasible.

- No se puede juzgar a la gente por algo así, es ilógico. Hay que juzgarlos por sus actos. ¿Sabes quienes son los que más prejuzgan y torturan a los brujos solo por ser lo que son? Los paladines. También están los sacerdotes, claro, pero esos no son tan hipócritas como sus amiguitos de ostentosa armadura. Los paladines se creen más superiores que nadie, apegados a su estúpida fe, creyéndose con el derecho de ir por la vida dando lecciones de moralidad a otros, cuando ellos mismos son unos creyentes reprimidos que no sabrían ni dar tres pasos sin su preciada Luz.

La cabeza comenzaba a darme vueltas, y tenía que hacer un esfuerzo titánico para concentrarme en lo que me decía. No tenía ningún sentido, ya me había dado esa charla antes ¿Por qué la repetía?.
- Ella quiere que te conviertas en una maga, pero no vamos a dejar que seas como esos petulantes que se creen mejores que los demás ¿cierto? -su sonrisa ladeada no presagiaba nada bueno, eso lo pude comprender incluso débil como estaba- Bien, pues para entender lo injusto que es prejuzgar a otros, debes comprender exactamente el dolor que se padece cuando se está en semejante posición. Imaginemos por un momento, que tu eres una bruja -me miró de arriba abajo, sin perder la sonrisa- Bueno, brujita. Y entra por esta misma puerta -señalándola sin tan si quiera mirarla- un valeroso paladín. No te ha visto jamás, pero sabe que eres una bruja, y entiende que por ello debe matarte.

Ante mis asombrados ojos, vi traspasar la puerta a una figura que jamás podré olvidar. Llevaba una increíble armadura dorada, y el tenue brillo de su persona parecía iluminar toda la tortuosa sala. Aunque sabía que era cosa de mi maestro, no pude evitar sentirme en paz. Tanta luz luego de semejante oscuridad me hacía sentir a salvo por vez primera en mucho tiempo. Pero la sensación duró apenas unos instantes.

-Cuando seas mayor, puede que incluso conozcas a alguno y termine convenciéndote, son muy buenos en eso -la brillante figura simplemente continuaba allí, en silencio y sin moverse, mirándome con unos ojos que al verlos mejor, parecían carentes de vida- por eso es tan importante que sepas lo que se siente, Acoremi, para que comprendas mejor las injusticias de la tan alabada luz y no te dejes embaucar por sus predicadores. Debes alcanzar una comprensión total, y eso, me temo, solo se consigue a través de la experiencia…

Su sonrisa se amplió aún más, y en sus ojos vi el placer anticipado de lo que estaba por venir…
La brillante figura, el hombre de castaños cabellos, rostro angelicalmente lampiño y ojos vacíos, se acercó hasta el rincón en el que me encontraba, con el paso tranquilo propio de alguien que solo quiere ayudar. Por unos instantes lo miré confundida, no terminaba de entender todo aquello, y el hambre y la sed no hacían gran cosa por mejorar la velocidad a la que trabajaba mi cerebro.

- ¡Que la Luz me de fuerzas!- gritó la figura, y entonces el mundo estalló.
De sus manos comenzó a brotar una luz cegadora, y con ella empezó mi tormento. Abrí los ojos como platos, presa del dolor y la incomprensión. Sentía mis huesos desasiéndose, mis músculos, agarrotados por la larga estancia en la habitación, chillaban en protesta por la tortura que estaban sufriendo. Grité como nunca he gritado, pues el dolor era atroz. Cuanto más aumentaba la luz, peor era mi suplicio. Caí al suelo, intentando gatear hasta mi maestro, abriendo y cerrando la boca en una petición silenciosa para que parase mi tortura. Pero la luz era demasiado poderosa, y apenas veía nada a mi alrededor. Entre mis gritos de dolor llegué a escuchar una frase…

- Ahora lo entenderás, ¡ahora sabrás lo que se siente!

Las fuerzas me fallaron, pero eso no supuso alivio alguno, pues seguía estando consciente, y mis propios gritos me causaban un gran dolor en los oídos. Parecía que me iba a estallar la cabeza. Noté algo rasposo en mi mejilla y comprendí que era el suelo, como si quisiera huir a través de él, pero eso no era posible...casi agradecí el tacto de la tierra, pues me anclaba a la realidad. Ni si quiera eso duró; a los pocos segundos no era capaz de notar nada, solo veía la luz, más luz, todo inundado por la luz. Era como si estuviera dentro de mi cabeza, cegándome. Y el dolor...dioses, el dolor era horrible. Nada se podría comparar jamás a ese dolor. Era como si me quemara en vida, solo que la muerte no llegaba para consolarme…
Ignoro cuanto tiempo estuve así, ya que llegado un momento perdí todo contacto con la realidad; solo existía el dolor, una luminosa prisión de tormento de la cual no podía escapar…
Y de pronto, la luz se fue, la oscuridad regresó, y me escuché gemir en el suelo mientras los sollozos se atropellaban en mi garganta, creando un sonido desagradable que espero no tener que volver a oír nunca.
Aunque todo estaba oscuro, seguía viendo pequeños fogonazos de luz y la ausencia de la tortura dio paso a un dolor agonizante, como el que se siente luego de haber sido apaleado. Mi cuerpo protestaba por el daño que había causado la luz a su paso.
Seguí haciendo ese ruido horrible, mientras mis lágrimas mojaban la tierra. No tenía fuerzas para nada. Permanecí ahí, tirada...tampoco se cuánto tiempo. Solo recuerdo que en algún momento la figura de mi maestro, quieto junto a la puerta, se hizo visible. Se acercó a mi, e ignorando los sonidos que emitía, se inclinó sobre mi oído y dijo…

-Ahora, no juzgarás jamás a otros solo por lo que digan los demás, por que ya sabes lo que se siente al ser castigado injustamente…

Me gustaría decir que en ese momento me desmayé, pero mi terco cuerpo parecía empeñado en mantenerse consciente, y solo pude ver cómo mi maestro se alejaba, dejando la puerta abierta tras de si. Disfruté de mi celda durante mucho tiempo más, pues aunque no se cuánto estuve tirada en ese suelo, llorando y sintiendo mi cuerpo partirse, recuerdo que levantarme no fue nada fácil. Llegué prácticamente arrastrándome hasta la puerta, y solo mucho después pude continuar, apoyándome en las frías paredes y cayendo de tramo en tramo, hasta alcanzar la tan ansiada salida. El aire era frío cuando pude divisar al fin la noche, oculta por las densas ramas. Miré aterrorizada los alrededores, no por temor a que la brillante figura volviera a aparecer, pues yo sabía que mi maestro no repetía castigo. Mi miedo era causado por el propio bosque, por los cientos de peligros que en su oscuridad acechan siempre. Quise ir hacia el camino, mas un movimiento en las plantas cercanas quebró lo que me quedaba de cordura, haciendo que me internara aún más en la tenebrosa maleza. En algún momento apareció ante mi una especie de camino de tierra, y sosteniéndome como pude lo seguí. Me llevó hasta una entrada algo extraña, pero al cruzarla todo dejó de importar...un río, con una cascada no muy bulliciosa se encontraba frente a mi. Corrí, o mejor dicho, trastabillé hasta él, dejándome caer en su orilla y metiendo prácticamente la cabeza en el agua. Bebí como un animal, pero nada podría importarme menos, pues en ese momento solo podía sentir el agua corriendo por mi seca garganta.
Tomé agua hasta que me dolió el estómago, y aún si, quise beber más. Sin embargo, mis músculos parecían haber llegado finalmente a su límite, y solo me dio tiempo a separar la cara del agua y caer hacia atrás, dejándome llevar por el dulce olvido de la inconsciencia…

Aún hoy, sigo sin entender el por qué de esa lección. Yo nunca di muestras de tener nada contra los brujos como para justificar algo así.
Desde ese día, volví a ir a ese río. Me hacía sentir segura, a salvo. Mi mente lo asociaba con la salvación, y mi cuerpo se sentía en paz allí, aunque a veces tuviera la extraña sensación de estar siendo observada.
Lo peor de todo, fue que mi Abuela no se puso de mi parte...me dijo que si lo había hecho, habría sido por algo, que mi maestro no realizaba acción alguna a la ligera. En ese momento entendí que ella no me consolaría nunca…
La duda que siempre me ha quedado es si ese hombre, la figura iluminada, era real o una ilusión. Sigo pensando que lo segundo, al igual que el dolor, teniendo en cuenta mi juventud y mi inexperiencia, me parece lo más probable...pero con él nunca se puede estar seguro de nada.
Ojalá pudiera olvidar todo esto, mas con lo sucedido en estos últimos tiempos, el recuerdo no ha hecho sino luchar por salir, y como escribir me calma, espero que tras relatar lo acontecido pueda hallar algo de paz.

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